martes, mayo 28, 2019

Oscar Ramirez sobre el Pave-pavas

EL 'PAVE-PAVAS' DE MI PATA GONZALO – Vol. I
(primera parte de un viaje literario y otro en bus)

Considero que la mejor forma de hablar de este libro de crónicas y viajes, es escribiendo una crónica del cómo lo leí, que de por sí resultó ser todo un viaje.

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Es jueves, salgo de viaje de Satipo a Lima, emprender el primer tramo para luego partir a Trujillo, día de la madre, estar con la familia, celebrar, estar, compartir. Por ello me voy a soplar veintidós horas de viaje: doce primero, diez después. Pobre el cuerpo (trasero), pobre, pero todo sea por estar, todo sea por ellos. Y salir con la maleta, la mochila al hombro, chapar una mototaxi y directo al terminal, por favor, aunque aún es temprano, pero siempre llegar antes de la hora, siempre, costumbre, virtud, qué más da. Llegar, separar el pasaje, dejar los equipajes, esperar el embarque, dar vueltas, caminar, tratar de comer algo, sin embargo algo suave cae mejor, mejor, y esperar, un momento más y esperar. Sera canchita, me llevaré canchita. “Se hace un llamado a los pasajeros que viajan con destino…”, y hacer la cola respectiva, DNI y boleto en mano, sonreír, subir, acomodar la mochila en el compartimento respectivo, sacar los audífonos, verificar si el bus tiene luz de lectura, y sonreír otras vez porque sí, ha tocado un bus con luz de lectura, porque a veces no todos, no todos, y eso es fregado, porque uno se cansa ya de soplarse las mismas películas de siempre: si no es la del perro que se muere esperando al dueño que nunca llega, es la del neurocirujano de color que logra salir adelante en una vida llena de tristeza; y ya, si el bus está con un/a terramozo/a de los/as más bravo/as (me sirvo de los slash porque está jodido no ser “políticamente correcto”), te manda esa con Eugenio Derbez y ahí sí que todo se va al diablo, y “se acabó, me voy de aquí”, aunque eso siempre será mejor que los bodrios de Asumare 2 o 3 (porque la una pasa, pasa). Y sí, el bus tiene luz de lectura, así que bacán, me voy a poder soplar tranquilamente el libro que me traje: el “Pave-Pavas” de mi pata, de mi hermano de ‘pluma y carne’, Gonzalo Del Rosario, de quien mucho que hablar, y con quien mucho hablar, mucho, siempre. Y vamos.

Conozco a Gonzalo desde antes de ingresar a la universidad, cuando surcábamos (más que cursábamos) un ciclo superarchirecontraintensivo en una academia de la ciudad (sin nombres, mejor sin nombres) para tratar de meter en la cabeza de los jóvenes aquellas cosas que en cinco años de colegio les fue imposible (y esto más como sarcasmo). Ahí las vistas, las observaciones, pero luego el examen, el ingreso, el ir a separar la vacante y encontrarlo ahí, en la cola respectiva, y saber luego que estudiaríamos la misma carrera, aquella que nos hizo tantas vagas peripecias a un par de bibliófilos/bibliómanos hinchas de la lectura, que preferían las charlas fuera del aula porque dentro de ellas muchas veces no ibas a aprender nada, nada, para reconocer luego que la universidad solo te da un bendito cartón, nada más, nunca la pasión, nunca la vocación, jamás. Y vuelvo. Ahí los encuentros, las primeras charlas, el juntarse con otros patas que hasta ahora conservamos: David y Ricardo, completar los DROG, y seguir en los diálogos sobre todo y nada: literatura, música, cine, sueños, autores, voces, web-ad-ass, y más, porque los diálogos infinitos, así como las imaginarias colectivas donde empezaron a surgir estos caminos que uno siempre abraza y termina por amar, por dejarse llevar, por suplir la vida en sí: el escribir, el buscar su universo literario, su propia forma, su vital estructura, y tal vez encontrarla, tal vez, o seguir en el intento, aunque puedo decir sin mucha duda que Gonzalo ha logrado encontrarla, ha logrado su voz. Sí, y lo digo porque los años me lo permiten, desde la primera lectura de “Taxi”, y decirle: “Yo le quitaría algunas lisuras”, así como la primera edición del emblemático “Cuentos pa’ kemarse”, y con él las primeras presentaciones, las primeras aventuras literarias, las primeras veces en las cuales uno podía intentar llamarse “escritor”, y darse cuenta que a estas alturas podría decirse que sí, porque en su haber ya varios libros, varios títulos, reediciones varias, así como publicaciones en revistas y antologías, y dictado de talleres en diversas partes del país, y los viajes por diversas partes del país, viajes que habitan en este nuevo libro, en este nuevo enfrentarse al papel, a la hoja en blanco, en negro, en verde, en Vallejo, en eternidad. Pero una cosas clara: a pesar de los años, la amistad, de la vida, jamás me permitiría la palabra gratuita, el quedar bien por quedar, no: aquí mis palabras con sinceridad, mi voz que habla con cordura. Siempre. Leo.

Desde la primera línea me doy cuenta de algo: estoy hablando con mi pata, estoy conversando con él en la universidad, en los encuentros que hemos tenido después de muchos años, en las pocas veces que podemos vernos ahora porque trabajamos (¡asu!, ahora formamos parte del sistemaopresorneoliberal) y el tiempo es escaso, en las visitas a Trujillo, a Lima, como en esta última en la feria La Independiente en el Ministerio de Cultura, donde me pasaste tu libro y yo te jugué el “Exacta dimensión del olvido”, y no los firmamos, nunca lo hacemos, porque mejor así, siempre es mejor así entre nosotros, tal vez, aunque en su libro ya tengo la firma, una muy especial que siempre suele dejar, y bacán, para qué más. Y me remonto al recuerdo, al necesario recuerdo para dejarme llevar por la memoria de los días, y dejarme estar en el libro, ya que en él muchas de las historias ya conocidas, sea porque las viviéramos y compartiéramos, sea porque me las contara tan igual como las escribiera, y así darme cuenta que su escritura no ha sido un buscarse en otros autores (a pesar de que Gonzalo es un gran lector, lo puedo afirmar), no: ha sido un encontrar en sus propias palabras la posibilidad de la escritura, la posibilidad de sus viajes, tanto en lo coloquial, lo contextual, lo pansexual, lo elocoidal (¿?), lo literario en sí, por encima de todo. Y es como en cierta ocasión comentamos, no sé si recuerdas: “Tu literatura tiene más de Chuck Jones y Los Simpsons que de Bolaño y Saramago”, y no con ánimo de burla, no, para nada: lo suyo es impactar de otra manera, sutil, irónica, sarcástica, en joda, decirte una verdad, una historia en joda pero siempre tentando la posibilidad del ir más allá, de observar tras el cristal la imagen oscurecida de una verdad. Y avanzo junto con el bus, con la lectura. Avanzo.

Ya sirvieron el refrigerio (mínimo, siempre mínimo) y la película es creo una de superhéroes que ya he visto, así que de cuando en cuando la mirada a la tele, sobre todo en las partes interesantes, sobre todo en ello. En las tres primeras me asalta el recuerdo de algunas noches en el Paseo de las Letras en Trujillo, frente a mi escuela: la 81011 Escuela Primaria de Menores “Antonio Raimondi”, aquellos años de los cuales buenas memorias, pocos recuerdos, pero recuerdos con cariño, siempre con cariño. Y dirijo mi lectura rápida y sin complicaciones, y sonrío, río, porque imagino tal vez entender mejor lo que se cuenta porque lo conozco, y tal vez con algunos detalles más que siempre surgen en una conversación pero olvidamos en la escritura, y me divierto mientras leo, una silenciosa alegría recorre mi noche. Y va más. En la cuarta lectura me reconozco, soy personaje, fue un viaje que realizamos juntos, y todos los momentos aquí narrados vienen a mi memoria con lucidez: colores, algunos diálogos, olores, el “abre la ventana pa’ que salga”, y las malas caras de algunos, de varios, de todos. Disfruto reencontrarme con esta anécdota, con este encuentro voraz donde la vívida experiencia siempre sirve. Y luego el tránsito por diversas ciudades en las historias, el tránsito de Lima, de Barranco las noches siempre activas, siempre positivas, y mucha más gente que manyo se dibuja entre líneas para jugarnos partida en esta suerte de falsa/biografía/documental que siento se ha convertido el libro, una road movie que mi compare siempre ha querido vivir y que ahora está viviendo, o que bueno, vivió y aquí nos lo cuenta. Pero llego a la crónica diez, al décimo viaje, al décimo círculo (¿no eran nueve?), al texto más extenso de todos y siento que aquí puedo irme a descansar: este texto resulta ser uno de los que tiene más sangre, más fluidos, más vida, más todo: es la aventura de la gente brava de Trujillo a Cajamarca, yendo a una tocada de rock junto con dos bandazas que son amigas, amigos, gente que manyamos en este inexplicable mundo que suele ser el mundo del arte: los Salvajes con su primera formación, y los Escape con toda la fuerza que siempre impregnan en sus temas. Pero eso no queda solo en la experiencia del ir, tocar y regresar, no: es “la experiencia”, la energía juvenil en su máxima expresión, la vivencia entrañable y deseable, el querer que a uno también le pase, el “pucha, era que también vaya”, porque eso fue, y no pudo existir mejor corresponsal de guerra que Gonzalo: su pluma delinea el escape de este salvaje viaje al que eternamente podríamos regresar. O tal vez. “Ha de ser la edad, mijo, ha de ser la edad”. Con esta lectura cierro mi noche, es hora de dormir, me esperan varias horas para llegar a Lima, varias, y en la capital hacer varias cosas más, así que descansar, el cuerpo lo merece. Lo merece.

(findelaprimeraparte)
Salud!

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