SELENE
Selene sentada frente al monitor daba su primer examen bimestral cuando el profesor le acarició los muslos. La niña lo miró y apartó su mano. Eran sensaciones nuevas que la asustaron hasta correrse.
No regresaría más y el agresor sería despedido.
Los años transcurrieron tranquilos, entre el olvido y felicidad de la adolescencia y primera juventud.
Alcohol, tabaco y drogas ilegales, sumadas al descubrimiento del amor (coito) con agarres eventuales, convirtieron a Selene en un aprendiz de ninfómana.
Y para no pasar vergüenza, porque hasta el más impúdico la aqueja, se trasladó con un primo (el último de sus parejas) a otra ciudad, donde lo hicieron tanto con amor como en su ausencia.
Una noche en que salía del trabajo, tomó un taxi, y se rió tanto que cuando abrió los ojos alguien la tenía del cuello y sin saber cómo, no pudo volver a cerrarlos.
Habían muchos televisores, entre blanco, negro y a colores, donde aparecía manteniendo relaciones con muchos tipos, algunos ni los recordaba. Se olvidó por un momento de su estado al advertir en la pantalla de la esquina derecha superior, a su primer amor, el que lamiera su virginidad antes de quedársela, y al que amó tan intensamente por curarle aquel trauma y volverla adicta a buscar personas que se le parecieran.
Cuando volvió en sí (segundos) recién se percató de su condición, e intentó cubrirse los senos y cerrar las piernas, más por cultura que por instinto: estaba amarrada, completamente desnuda y sentada frente a un montón de pantallas donde apreciaba todas las veces en que lo había hecho: hoteles, casas de amigos, amigas, salones del colegio, academia, universidad, oficina, almacén, grifos, playa, avión, ómnibus, camioneta, volkswagen, tico y caballito de totora.
No sabía con qué fin estaban emitiendo su vida sexual, ni la razón de que los rostros de sus amantes estuvieran cambiando, hasta tornarse una imagen muy familiar, aunque no recordaba de dónde.
Luego se vio encamada con el dueño de aquel rostro.
Todos los televisores ya estaban apagados.