viernes, enero 03, 2014

Apuntes sobre la "vertiente tonera" de la novela latinoamericana

La idea que suele tener la gente de otros continentes acerca de nuestra Latinoamérica, es la de un lugar en permanente fiesta. Si recordamos las imágenes del eufórico carnaval de Río, la salsa de las noches en La Habana y las iniciaciones etílicas en Tijuana, no podríamos quejarnos. Por ello, gran parte de las novelas publicadas por latinos, a través de diferentes generaciones, han demostrado que no solo de realismo mágico y/o social se ha escrito siempre en esta parte del mundo. 

Sin duda, el padre de esta “vertiente tonera” de la literatura latinoamericana es Tres tristes tigres (1967) de Guillermo Cabrera Infante, quien afirmó que esta novela “debe leerse de noche, porque el libro es una celebración de la noche tropical”. En tal sentido, TTT nos sumerge y nos pierde en las juergas de La Habana previa a la revolución de Castro y el “Che” Guevara, en un estilo depurado que juega con el “idioma cubano” hasta los límites más ininteligibles y confusos: 

“y pedimos la comida.

Bustrofrijoles dijo Bustrofedón dijo él mismo Con arroz blanco traté de decir yo pero él dijo Bustrofilete dijo Bustrophedón-té dijo Bustrófedon dijo Bustrofricasé dijo Bustrofabio ay dolor bustrosfueron en un tiempo, dijo, porque era él siempre quien habló y lo dijo todo mirando al camarero cara a cara (o caracara), frente a frente, mirándole los ojos, los dos, porque todavía sentado era más alto que el otro de manera que se encogió un poco, generoso, y cuando terminamos pidió el postre también para todos. Todositario. Bustroflán, dijo y luego dijo, Bustrófeca y yo me metí por fin por medio rápido y dije, Tres cafés, pero al tratar de decir, fino, Por favor, dije Forvapor o forpavor, no sé y no sé tampoco cómo salimos sin acusarnos alguien de terroristas por la implosión y la explosión y el estruendo de las rosas, risas, y cuando trajeron el café, antes, y lo tomamos y pagamos y salimos del restaurando ya íbamos cantando las Variaciones Quistrisini (copyright, Boustrophedon Inc) de esa Cantata de Café que fue Bustróffenbach quien La compuso” (pág. 217-218)

Sin un aparente protagonista, se entrelazan pasajes de la vida de un grupo de jóvenes artistas pertenecientes a la farándula cubana, quienes comparten noches y sus madrugadas entre bataclanas, gánsteres y cantantes geniales en busca de reconocimiento, como la Freddy, “la voz del sentimiento”, o la Estrella de la sección Ella cantaba boleros, quien prácticamente hace el soundtrack. 

Esta obra, ganadora del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral 1964 como Vista del amanecer en el trópico, no sería publicada hasta 1967 para luego ser declarada prohibida en Cuba por “contrarevolucionaria” y su autor acusado de traidor; para esto G. Caín ya residía en Londres, donde, entre otros trabajos, escribió el guión de la película Wonderwall (1968), cuya banda sonora estuvo a cargo de George Harrison. Siempre entre la gente. 

SALSA DURA Y ROCK AND ROLL

Una década después, mientras el colombiano Andrés Caicedo se suicidaba su novela ¡Que viva la música! (1977) era elevada al nivel de culto. Dicha obra, narrada en primera persona, abarca el descenso a los infiernos de una bella y rubia adolescente perteneciente a la alta sociedad de Cali. 

Esto se da cuando enamorada de un joven guitarrista, aspirante a estrella de rock, es jalada por el camino de la cocaína, las orgías y el acido lisérgico. Luego de dejarlo, se vuelve pareja de un tipo un tanto más divertido, quien la traslada a través de eufóricas noches de salsa en vivo y la mejor marihuana; para terminar acompañando a un pandillero púber con el cual se interna en la selva buscando hongos alucinógenos y ejerciendo todo tipo de violencia y sadismo contra turistas gringos. Sobre el final se incluye la discografía que destaca una gran cantidad de canciones firmadas por La Fania y The Rolling Stones. 

“Le pedí la jeringa al gordo; me la alcanzó, y dije, fuerte: "bueno, a ver: ¿quién va primero?". "Mí —dijo el otro, medio calvo, de pelo como techo de paja—. La nieve es mía". (…) Estás bien armado, Jim —dijo Robertico, haciéndosele la boca agua—. Recorrido ful". Y luego a mí: "Anda, chúzalo".

Puse cara de enfermera nazi y me acerqué, filuda y reluciente. Hice dos amagues y ensarté, quebré la primera piel, penetré suave en el paciente gusanito, hice empujaditas sabrosas mientras Robertico decía: "suave, suave", y Jim: "más, más", y yo pensaba: "¿rico, papito?". Hasta que un soplido como de cabra detrás de mí me hizo vacilar y el gringo se quejó. Yo le saqué la aguja y voltié a ver. Era Leopoldo que se daba otro pase. El gringo cayó al suelo, abrazado a su placer y su piquiña, y la siguiente canción se puso a dar saltos y a repetir: " ¡Heartoreaker! ¡Painmaker!", feliz.

"Ayúdame con el otro", mandé a Roberto Ross, y él decía, encantado de la vida: "Pelada tan hacendosa". (pág. 67)

¡Que viva la música!, al igual que Tres tristes tigres, está escrita en una jerga melódica que dificulta la comprensión de muchos pasajes, sin embargo la suma de una potente descarga poética e innovadoras técnicas narrativas, más las citas aptas solo para cinéfilos y melómanos, sitúa a estas obras como precursoras del estilo transgresor manifiesto en la mayoría de autores a partir de la década del ochenta del siglo pasado.

¿LA NOCHE ES VIRGEN?

Si pretendemos encontrar un referente peruano conocido (a nivel hispanoamericano, por lo menos), que haya reproducido en su prosa los códigos discursivos particulares de sus noches de juerga, este debe ser Jaime Bayly con La noche es virgen, ganadora del Premio Herralde de Anagrama 1997. Si en esta novela algo sobra es marihuana, alcohol, cocaína y sexo hetero, bi y homosexual, más mucho rock and roll. 

“entro al baño a tirar un achique fugaz y a chequear si hay algún pichanguero buenagente dispuesto a invitarme solo un parcito para que me ponga en fa, nada más que un rico parcito, porque uno tampoco quiere terminar durazo, mostrazo, rebotando feo, pegadazo al techo, uno solo quiere un rico y suave parcito de tiros que le ponga las pilas y le dé una cierta confianza, un poco de autoestima. así que entro al baño caleta nomás, no vaya a ser que me ampayen chequeándole la bragueta a algún mamón que esta orinando, y en eso que voy a abrir la puerta de ese bañito de malamuerte que generalmente apesta a mierda, en eso que empujo la puerta me encuentro cara a cara, adivinen con quien, me encuentro así, frente a frente, pum, de golpe, con el lindísimo y putísimo y rockerísimo loco mariano. que esta con una cara de pichanga jodida” (pág. 75)

Bayly desafió con esta novela su propia imagen light en voraces juegos verbales que exponen el lado más soez de la jerga peruana; y, usando las múltiples maneras en las que se puede mentar a la madre, llevó el monólogo interior de su protagonista a niveles fronterizos.

“Salió un maldito can y empezó a ladrarme como un jodido/energúmeno/rabioso, la puta/perra que lo parió, y yo aceleré, conchasumadre, perro jijunagranputa, pedaleaba yo a toda velocidad por una callecita medio oscura al lado de la huaca juliana” (pág. 38)

Aunque por esta nouvelle nadie haya sido desterrado, y mucho menos se han suicidado, es bastante divertido el tratamiento lineal del idilio bizarro que vivió el narrador personaje (un conductor de tv, para variar) con un rockero coquero, bohemio y bisexual, hasta que el relato de su corta y frenética relación culmina, como casi siempre sucede en los folletines, con un desengaño. Una novela rosa bastante porno y explícita, eso sí, y con una banda sonora nada despreciable que incluye a Morrissey, el primer U2, además de la música original que nunca llegaremos a escuchar. 

¡AGUANTE LA CUMBIA VISHERA!

Durante esta última década, la grata revelación de la vertiente tonera latinoamericana es la obra narrativa del argentino Washington Cucurto, con libros como El rey de la cumbia (2010) y, en especial, El curandero del amor (2006). Este último prosigue en los tópicos oscuros y políticamente incorrectos por donde transita como habitad natural la temática juerguera: 

“Le dije que era una atorranta total, una mentirosa incansable, miente tan bien que hace que las mentiras se vuelvan verdad. Baila la cumbia mejor que Dios y mueve el culo como nadie. Cogerla, mirándole el culo de espaldas, que te cabalgue, es lo más en la vida, y siempre pone en el telo su cdcito de cumbia de Los Mirlos o Karicia, a lo sumo Rodrigo, porque le encanta acabar con esta música. No sabe nada de música y cabalga, pero no te lo da, el culo, digo, por lo menos a mí no. Por bruto, que me vas a lastimar. Pero vos tenés más empujones que molinete de subte, tenés más pijazos encima que negra dominicana del Superconsti y no cobrás. Eso me da bronca, se lo entregó a cada negro horrible de Pergamino, y al Rey del Realismo Atolondrado. No, no y no, y se acabó. Si será trola que te pone el forro con la boca. Salí de acá la concha de tu tía, dejame de joder con los forros. ¿Ahora te acordás que existen los forros? Coger con forro es como bailar sin bajarte una cerveza. Coger con forro es como drogarse en un fiestón al cual nunca llegará Maradona. Sea como sea, para mí el No será siempre” (pág. 11-12) 

En El curandero del amor, un escritor suele engañar a su mujer y madre de sus hijos con una jovencita universitaria-revolucionaria quien, luego de tanto sexo animal y enfermizo, queda embarazada. Como ninguno quiere comerse el pleito, acuden al consultorio clandestino de un médico abortivo travesti que soluciona su problema mientras analizan ¿por qué si tanta sangre invade las páginas de la literatura latinoamericana, muy pocos hablan de lo peligroso de los abortos ilegales?

Washington Cucurto pone de manifiesto sus orígenes de “negro villero” con una ambientación casi surrealista en su gusto por lo kitch, su fanatismo por la cumbia peruana de Los Mirlos y Los Destellos, escuchada en estimulantes noches de joda, y su adicción desmedida por el sexo a toda hora y en todo lugar. El resultado es un retrato muy actual que parodia y rinde homenaje a esa otra Argentina, no la que sale en las teleseries de Telefe, sino la de los inmigrantes y postergados.

Guillermo Cabrera Infante, Andrés Caicedo, Jaime Bayly o Washington Cucurto son solo algunos de los nombres más conocidos de esta gran familia tonera latinoamericana que, mediante un discurso melodioso basado en jergas, coloquialismo y frases soeces, un exacerbado erotismo, adicciones para todos los gustos, y tanta música como para que revienten los oídos, nos recuerdan constantemente la esencia exótica del latino y su literatura. 

Habla, ¿un par más?

Bibliografía

Cabrera Infante, Guillermo (1967). Tres tristes tigres. Espasa. Colombia. 2002. 

Caicedo, Andrés (1977). Que viva la música. Norma. Colombia. 2008. 

Bayly, Jaime. La noche es virgen. Anagrama. España. 1997.

Cucurto, Washington (2006). El curandero del amor. Estruendomudo. Perú. 2011.