La noche más perfecta de su vida
Fue cuando ella se le acercó, sólo tenía puesto un polito el cual le llegaba a los muslos, le dijo sonriendo –primo, ¿no tienes frío?-, -¿ah?, ¿qué te refieres?-, -no, digo que si no quisieras venir a mi cuarto, así ya no te vas a poder resfriar- él sólo llevaba puesto su short y un polo, y descalzo; total eran mediados de Febrero, y hacía un calor abrasador –¡oh! gracias, pero creo que estoy mejor aquí- se resistía, aún así, moría por dentro, de sólo saber que su niña le estaba pidiendo que no la dejase sola –ah, ya chévere entonces, es quee como que tengo un poco de miedo-, -¿miedo de qué?-, -miedo, a estar sola, mis padres no estaan-, -lo sé, me dejaron cuidándote este fin de semana- al decir esto, sus ojos bajaron hasta sus rodillas, y recorrieron las pantorrillas, aquellas que pudo apreciar al momento de llegar a esta casa, pero rápidamente apartó su mirada, ella se hizo la desentendida –bueno- ya lo tenía en sus garras, sólo era cuestión de esperar, le dio la espalda y en ese instante crítico en el cual pudo ver como sus piernas describían esa curva perfecta que sólo poseen aquellas noveles actrices que siempre había adorado, quienes aperturaron sus púberes deseos manuales –mira te hago la taba hasta que te quedes jato, de allí regreso a estudiar porque tengo un trabajazo que presentar en la u-, -y seguro estabas meditando cuando tencontré-, -ah, ja, ja, no, digo sí, uno cierra los ojos y . . .- ella se sentó en la cama, él cogió una silla a lado de su cómoda, se inclinó hacia atrás y apoyándose en sus manos, lo miró, le sonrió y diciendo –ah, hace calor, ¿no?- fue descubriendo su níveo cuerpo camuflado tras la gratificante luz de una luna llena que hacía prescindir de toda aquella artificialidad actual, primero su ombligo, que sólo era la piedra angular de un monte sembrado de piel, que parecía haber recibido nieve en pleno verano, mientras su polo iba subiendo por su cuerpo, él iba feneciendo con el veneno que irradiaba su mirada, ella era una medusa del placer, sabía que no debía observarla, peor aún si tenía algún escudo donde reflejar de sobremanera su belleza, sólo le inspiraba la muerte, sí, eso quería, morir en aquellos diminutos picos, escalarlos y ahogarse, sentir su suavidad, y rozar con la húmeda bandera su cúspide, bailar paseándose sobre la cordillera purgatoria que lo llevaría al paraíso personificado en sus senos, sí, tan pequeños y tan separados que permanecían parados, tal cual su miembro, pero ellos significaban belleza, perfección, exquisitez, un sosiego en el cual quería permanecer dos mil vidas enteras, y volver a resucitar cada vez que ella quiera, sólo moría por poder acariciarlos, ella terminó de quitarse el polo, le miró y volvió a sonreír, lo tiró al costado, para la ventana, aún estaba cubierta por su calzoncito de rayitas horizontales de arco iris, cuando estiró sus brazos de sueño y lanzó un bostezo que más parecía un gemido de sirena, ¡oh, no!, ¿por qué no se tapó los oídos con cera y se amarró al mueble?, pero sucumbir ante aquella belleza de senos que se vuelven más planos y más hermosos al estirarse de sueño, es el nirvana, ése es el poder que tienen, cuando sólo se pueden apreciar sus cilíndricos pezones rosas, y la piel se confunde con un par de almohaditas elevadas que le otorgan el grado de máximo representante del sexo femenino, sí, allí es cuando suelta sus cabellos, ¿por qué lo hace?, ¿por qué se desnuda frente suyo y deja sus castaños cabellos lacios al sol de la noche que los enternezca y libere cada vez más con su brillo fulminante?, el poco pero abundante que les otorga la noche más perfecta de su vida y son estas las razones por las que tiene mucho que agradecer a su cobardía que no lo dejó morir bajo depresiones de antaño, pero por favor no te quites esa prenda, la última después del anillo gigante y las pulseras mundialistas, cuanto habría dado por ser aquella pulsera y corromperse en su muñeca, ahora sentada como está, levanta sus fideos al cielo raso, y su prenda, la más codiciada va descendiendo a través de sus cuasi extintas caderas, rozando sus muslos y aquellos diminutos bellos rubios, que con la luna se vuelven plata y oro con el sol, y líquido con su lengua, continua bajando aquel pedazo de tela bendito por todos los santos, sus pantorrillas son cada vez más lentas, parece una interminable travesía de cien metros planos pero de puro placer, él siente envidia de aquellas bragas, los celos lo invaden, supera las vallas curvilíneas de sus piernas hasta concluir en la meta deseada, sus talones, parabólica perfecta y sus pies tan largos que prolongan sus pensamientos divagantes entre el norte y el sur de su rosa naughty-ca.
Echo esto y desnuda ya, careciendo de recato alguno en frente suyo, lo siguió mirando y con aquella característica sonrisa inocente de adolescente endemoniada, jaló su sábana de hello kitty, la elevó y de un salto marxista, impulsada por su perfecto trasero, cubrió aquellos muslos y pantorrillas que aún eran una tijera inclinada, mas no sus infantes senos los cuales cobijó bajó aquella buenestrellada manta pudorosamente después que la mitad inferior de su cuerpo se estirace y los, o las, pusiera al descubierto, como si no lo hubiesen estado antes, o quizás regresaba de algún estado de encantamiento o ritual hipnótico, ya que, si bien sólo habían transcurrido unos segundos desde que ingresaron a su habitación, para él fueron pasión, muerte y resurrección a la quincuagésima potencia.
Fue cuando ella se le acercó, sólo tenía puesto un polito el cual le llegaba a los muslos, le dijo sonriendo –primo, ¿no tienes frío?-, -¿ah?, ¿qué te refieres?-, -no, digo que si no quisieras venir a mi cuarto, así ya no te vas a poder resfriar- él sólo llevaba puesto su short y un polo, y descalzo; total eran mediados de Febrero, y hacía un calor abrasador –¡oh! gracias, pero creo que estoy mejor aquí- se resistía, aún así, moría por dentro, de sólo saber que su niña le estaba pidiendo que no la dejase sola –ah, ya chévere entonces, es quee como que tengo un poco de miedo-, -¿miedo de qué?-, -miedo, a estar sola, mis padres no estaan-, -lo sé, me dejaron cuidándote este fin de semana- al decir esto, sus ojos bajaron hasta sus rodillas, y recorrieron las pantorrillas, aquellas que pudo apreciar al momento de llegar a esta casa, pero rápidamente apartó su mirada, ella se hizo la desentendida –bueno- ya lo tenía en sus garras, sólo era cuestión de esperar, le dio la espalda y en ese instante crítico en el cual pudo ver como sus piernas describían esa curva perfecta que sólo poseen aquellas noveles actrices que siempre había adorado, quienes aperturaron sus púberes deseos manuales –mira te hago la taba hasta que te quedes jato, de allí regreso a estudiar porque tengo un trabajazo que presentar en la u-, -y seguro estabas meditando cuando tencontré-, -ah, ja, ja, no, digo sí, uno cierra los ojos y . . .- ella se sentó en la cama, él cogió una silla a lado de su cómoda, se inclinó hacia atrás y apoyándose en sus manos, lo miró, le sonrió y diciendo –ah, hace calor, ¿no?- fue descubriendo su níveo cuerpo camuflado tras la gratificante luz de una luna llena que hacía prescindir de toda aquella artificialidad actual, primero su ombligo, que sólo era la piedra angular de un monte sembrado de piel, que parecía haber recibido nieve en pleno verano, mientras su polo iba subiendo por su cuerpo, él iba feneciendo con el veneno que irradiaba su mirada, ella era una medusa del placer, sabía que no debía observarla, peor aún si tenía algún escudo donde reflejar de sobremanera su belleza, sólo le inspiraba la muerte, sí, eso quería, morir en aquellos diminutos picos, escalarlos y ahogarse, sentir su suavidad, y rozar con la húmeda bandera su cúspide, bailar paseándose sobre la cordillera purgatoria que lo llevaría al paraíso personificado en sus senos, sí, tan pequeños y tan separados que permanecían parados, tal cual su miembro, pero ellos significaban belleza, perfección, exquisitez, un sosiego en el cual quería permanecer dos mil vidas enteras, y volver a resucitar cada vez que ella quiera, sólo moría por poder acariciarlos, ella terminó de quitarse el polo, le miró y volvió a sonreír, lo tiró al costado, para la ventana, aún estaba cubierta por su calzoncito de rayitas horizontales de arco iris, cuando estiró sus brazos de sueño y lanzó un bostezo que más parecía un gemido de sirena, ¡oh, no!, ¿por qué no se tapó los oídos con cera y se amarró al mueble?, pero sucumbir ante aquella belleza de senos que se vuelven más planos y más hermosos al estirarse de sueño, es el nirvana, ése es el poder que tienen, cuando sólo se pueden apreciar sus cilíndricos pezones rosas, y la piel se confunde con un par de almohaditas elevadas que le otorgan el grado de máximo representante del sexo femenino, sí, allí es cuando suelta sus cabellos, ¿por qué lo hace?, ¿por qué se desnuda frente suyo y deja sus castaños cabellos lacios al sol de la noche que los enternezca y libere cada vez más con su brillo fulminante?, el poco pero abundante que les otorga la noche más perfecta de su vida y son estas las razones por las que tiene mucho que agradecer a su cobardía que no lo dejó morir bajo depresiones de antaño, pero por favor no te quites esa prenda, la última después del anillo gigante y las pulseras mundialistas, cuanto habría dado por ser aquella pulsera y corromperse en su muñeca, ahora sentada como está, levanta sus fideos al cielo raso, y su prenda, la más codiciada va descendiendo a través de sus cuasi extintas caderas, rozando sus muslos y aquellos diminutos bellos rubios, que con la luna se vuelven plata y oro con el sol, y líquido con su lengua, continua bajando aquel pedazo de tela bendito por todos los santos, sus pantorrillas son cada vez más lentas, parece una interminable travesía de cien metros planos pero de puro placer, él siente envidia de aquellas bragas, los celos lo invaden, supera las vallas curvilíneas de sus piernas hasta concluir en la meta deseada, sus talones, parabólica perfecta y sus pies tan largos que prolongan sus pensamientos divagantes entre el norte y el sur de su rosa naughty-ca.
Echo esto y desnuda ya, careciendo de recato alguno en frente suyo, lo siguió mirando y con aquella característica sonrisa inocente de adolescente endemoniada, jaló su sábana de hello kitty, la elevó y de un salto marxista, impulsada por su perfecto trasero, cubrió aquellos muslos y pantorrillas que aún eran una tijera inclinada, mas no sus infantes senos los cuales cobijó bajó aquella buenestrellada manta pudorosamente después que la mitad inferior de su cuerpo se estirace y los, o las, pusiera al descubierto, como si no lo hubiesen estado antes, o quizás regresaba de algún estado de encantamiento o ritual hipnótico, ya que, si bien sólo habían transcurrido unos segundos desde que ingresaron a su habitación, para él fueron pasión, muerte y resurrección a la quincuagésima potencia.
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