miércoles, febrero 13, 2013

Una gran ficción de tren


No sé por qué siempre en diciembre Carlos Lavida me suele pasar sus novelas gráficas. Ya en el 2010 había devorado cada página de "Las moscas no vuelan de noche" en una combi entre el óvalo Higuereta y el puente Primavera. En esta ocasión, a días del "fin del mundo" el año pasado, le dije que leería "Tren de Ficción" en el avión de Lima a Puno.

No cumplí esto último porque en diciembre inicia la temporada de lluvias y una tormenta tenía tambaleando al avión de manera tan profesional que impedía concentrarse; además, esa mañana, sentado en el baño con resaca, no pude despegar mi atención de una historia que a diferencia del humor sádico de Ed Hibert, la inocencia poética de Vallejito, las mutaciones venereas in extremis de Super Freaks, el humor erótico de Dos Cañones, o la irreverencia política de su chamba en El Otorongo, irradia una gran nostalgia por épocas un tanto más tristes e inciertas. 

Digo esto porque de arranque las primeras páginas te ubican en un flashback con el padre del protagonista, desde que era un bebé travieso hasta cuando en el 2007 su hijo Adrián reconoce su cuerpo en la morgue.

Éste es a mi parecer el hilo conductor de la trama que atraviesa todo momento aquella desgracia personal en los recuerdos que Adrián atesora y proyecta durante sus largos sueños de seis de la mañana a seis de la tarde para despertarse asustado sin saber si recién ha amanecido o está por oscurecer sobre la ciudad que su vista domina desde las antiguas vías inconclusas del tren eléctrico.

Allí radica también la particularidad del libro: los lúdicos juegos de espacio-tiempo, que a la vez entretienen y mantienen fresca la lectura pero cuya intensión es perderte como invitando a la relectura.  

Mi conclusión puede resumirse en una palabra: sorpresa. No pensé que un libro de un "humorista gráfico" podría destilar tanta tristeza, nostalgia y ganas de mandar todo a la mierda con una novela que aunque pudiera parecer fantástica (las vías inconclusas del tren eléctrico son ya parte de la historia del Perú reciente, aunque más suenen a tradición de Palma reloaded) otorga un margen de posibilidad muy alto. Seguramente Carlos en algunos de sus delirium tremens, y por ser vecino, haya subido como Adrián por aquel afiche de campaña del 2006 para meditar y ver la ciudad desde otra perspectiva.

Esto nos lleva a otro personaje entrañable: la ciudad de Lima, o mejor dicho, la ciudad que Lavida muestra plena como testimonio de toda una época: los chamos del Óvalo Gutiérrez, Cementerio Club en La Estación de Barranco, el jirón Quilca y sus drogadictos contraculturales; y la antigua avenida Aviación de las columnas-óleos firmadas por algún artista anónimo.   

Como en toda bildungsroman o novela de aprendizaje el protagonista reencuentra sobre el final el sentido de su vida luego de tanto golpe, pero igual en ningún momento se habla de felicidad, sonrisas o solución, solo aprendió a adaptarse a lo dura que puede ser -la vida- cuando para todos alrededor eres un "pastrulo hijo de puta".

Apariciones que reconocí: John Lennon, Karina Valcárcel y Pierre Castro, y Losocialystones (en caleta se muestra el libro tirado de par en par entre sus cosas cuando Adrián está pasando su etapa más crítica y deprimiente ¡No seas malo!) 

"Tren de ficción" cierra con viñetas de Lucho Rossell y comentarios de autores amigos como Ricardo Calderón Inca, entre otros. Además fue uno de los libros más vendidos en la Feria del Libro Ricardo Palma, sin embargo si están por la avenida Larco casi llegando a Larcomar pueden buscar la librería Contracultura, que también es su casa editorial, y pedirlo. No hay pierde.

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