domingo, noviembre 26, 2006

CRÍSTAL

Esa noche, Pedro e Ingrid se habían excitado tanto que se fueron. No es que la fiesta hubiese estado aburrida, sino que ellos, ya no querían continuar allí. Sus impulsos juveniles los estaban matando. Un par de salsas bien pegaditas los pusieron como la música manda.

Cerca había un hostal, no dejaban de tocarse durante el camino. Subieron al cuarto, y a penas ingresaron, Ingrid se prendió de Pedro, quien a su vez la tumbó contra la cama con la ropa todavía puesta. Ella empezó a subirle el polo, mientras él introducía sus manos dentro de la parte trasera del jean. No podía resistirlo más, se desnudaron, tiraron la ropa por allí, y hartos de tanto juego de saliva, se los bajaron con un poco de esfuerzo pero rápidamente para que el momento no se perdiese.

Le desabrochó el brassier con un solo dedo, como solía hacerlo en su casa, y dejó al descubierto esos pequeños senos que tanto le alucinaban. Ella se echó, él permaneció encima, besando entre sus senos, bordeándolos, mordiendo exquisitamente sus pezones; ella cerrando los ojos y sonriendo, mientras sus bragas seguían mojándose de conjunción labial. Se las bajó, rozaba sus caderas con aquellas yemas que siempre trataban de buscar el camino hacia la húmeda entrepierna.

Lamía su ombligo intentando no alocarse al percibir el delicioso aroma del sexo de su niña. Con sus dedos descendía el calzoncito, mientras introducía su lengua, entre sus muslos e iba subiendo hasta su clítoris, pasando por sus labios, los besaba, mordía y succionaba mientras ella pedía, con ligeras groserías, que no se detuviese jamás, sobre todo cuando sus dientes la atrapaban y ella movía sus caderas hacia la muerte, dando saltos alocados que mojaban su rostro por completo.

Cómo adoraba permanecer allí, podría haberse quedado toda la vida lamiendo su sexo, pero sabía que si continuaba, ella ya no tendría cabida para lo que le estaba pidiendo a gritos: que se le introdujese. Explotaban de excitación. Él estaba arrodillado entre sus piernas, bien erecto, ella mejor lubricada y con ansias de sentirse llena, lo acomodó atenazándolo con sus piernas, y él pudo bucear a fondo en su laguna vaginal preferida. Ella cerraba los ojos gimiendo entrecortada, él bajaba su cabeza. Ahora le tocaba a sus senos. Iba descendiendo hasta ir jugando entre ambos, con la mano derecha daba suaves masajes a la hermosa, suave y firme defensa de su flaca, y un dedito que se escapaba por allí; ella que subía su nivel de alucinación y se movía desesperada, mientras gritaba y gemía. Apoyó su cabeza en la pared y ahora a dos manos, las cuales bajaron por toda su espalda hasta sus nalgas conforme la penetraba, ella lo ahorcaba, y no iba dejarlo salir, lo quería de por vida en ese mismo lugar, al menos eso le gritaba en aquellos momento en que sus manos le masajeaban por detrás. Ella mordiendo lo que pudiese, gritando mucho, llorando más, cerrando los ojos, abriéndolos en blanco, deseándolo, pero sobre todo amándolo.

Y es que solo en aquella posición sentía amor. Si bien le producía demasiado placer, por la profundidad la hacía sentir suya. No era acariciar sus nalgas mientras la penetraba, sino dibujar una especie de abrazo en pleno acto, y eso aumentaba su excitación, ya que internamente se sentía protegida, que nada malo le podía pasar, que sus constantes peleas eran una tontería, que ni sabía por qué ocurrían, simplemente la penetración, los buenos orgasmos, la explosión que sentía cada vez que apretaba con su vagina ese amado pene que se anclaba hasta el fondo, su agotamiento, todo el cuerpo de ese niño-hombre que la protegía y la alimentaba. Ella dejó de moverse, se puso fría, ya se había embriagado de su liquidez.

La eyaculación de su semental llegó conjuntamente a su vigésimo tercer orgasmo, no es que los contara, pero eso suponía, porque sentía su cuerpo como en un limbo. No sabía si estaba echada en su cama o flotando sobre los dos, quizás había muerto sin siquiera percatarse, por lo menos habría muerto más de veinte veces.

Ambos estaban agotados, respirando muy rápido producto del susto post-orgásmico. Ella se volteó, levantó su pierna y lo envolvió, él extendió su brazo para retenerla. Se volvió a echar con las piernas cerradas, siempre mirándolo, ahora él la estaba cubriendo con las suyas -ámame una hora aunque me jodas el resto del día- esas palabras le hicieron recordar cuántos comentarios hirientes le propiciaba a diario -a veces pienso que solo somos sexo y nada más- Pedro no respondía. Ingrid se aferró a su pecho -las mujeres aunque a veces no lo parezcamos somos más delicadas que un cristal-

Pedro despertó de golpe. Se había quedado dormido, no sabe cuánto, sólo que cuando abrió los ojos toda la habitación mostraba una espesa neblina caliente. Se levantó de la cama y desnudo se dirigió al baño donde esperaba encontrarla. El denso vapor dificultaba su visión. Para cuando Pedro giró la llave, ya se había disipado un poco.

Allí permanecía Ingrid, pero no exactamente ella, lo que vio fue una brillante estatua de cristal que aún conservaba las gotas del agua provenientes de la ducha. Pedro no podía creer lo que sus ojos estaban observando, era una estatua de Ingrid, perfectamente flaca, como era, con sus pequeños senos erectos, su cabeza tirada hacia atrás mirando la regadera, y sus manos agarrando sus cabellos como si los hubiera estado masajeando con shampoo. En su rostro se podía vislumbrar una sonrisa placentera. Al ir bajando, su pequeño pero quebrado trasero lucía firme y parado, sus piernas, una delante de la otra, sus muslos y pantorrillas flacas sostenían su frágil y transparente monumento que irradiaba una luminosidad plateada.

Pedro estaba mudo de la impresión, miraba absorto aquella hermosa estatua de cristal en la que se había convertido su enamorada. Permaneció inmóvil frente a ella durante un rato muy prolongado. Lo único que había empezado a moverse de manera involuntaria era su miembro, el cual se fue erectando lentamente hasta rozar el tibio cristal.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

q final,siempre sales con esas cosas que dejan a uno algo confundido pero con ganas de querer leer mas.233121

Anónimo dijo...

Ta chéere pe! pero lo q sí no manño es q si la chica se convirtó en cristal, muere o no muere...
Al parecer y a interpretación mía, deduzco que la chica se convirtió en cristal a los ojos de su amado, sólo él podía ver el cristal en que ella se había convertido.
Te lo dice tu amia: Myrna

Anónimo dijo...

-.-Oie me mojazt hwaz hwaz en el wen sentido de la palabra ^^! aunke el final no lo comprendo muy bien pero en zi weno un retrato d laz parejillas juvenilez tipicaz la mayoria ^^! ten un wen dia y zaludame al guachiman de la Uni hwaz hwaz

Anónimo dijo...

Simplemente AFRODISIACA... esta narrativa simplificada en aquella frase: "Ámame una hora, aunque me jodas el resto del día" se convierte en un enunciado sugerente y un afrodisiaco literario que acrecienta el apetito de devorar integramente esta lectura. No podria obviar la mención sobre los reiterados finales fantásticos que el autor suele impregnar en cada una de sus composiciones literarias. Desde mi tribuna saludo su genio creador e innovador, asimismo le animo a perseverar en este género que en poco tiempo viene recolectando opiniones positivas y a titulo personal se viene constituyendo en uno de mis escritores de élite predilectos...

Giancarlo Escusa
Ha-Kqadosh, de nuevo en escena.